4 ago 2011

El Castillón


Gibada, como la piel momificada de un camello en mitad del desierto, la montaña calla. Calla porque no tiene manos, ni boca. No es más que un túmulo de ofrendas votivas. Por eso la tierra exhala perfume y ocre, porque desea viajar al otro lado de la charca. Atravesar la maleza con los pies desnudos, buscando un cielo turquesa y más atardeceres. Porque, desde este lado, las estrellas del verano se mantienen tan brillantes y titilantes como en aquellos tiempos.

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